A uno los
niños ya le llaman señor por la calle
y, lo confieso, según me pille el día me acuerdo del padre o de la madre del
niño o niña en cuestión (las criaturas no tienen culpa, como suele decirse), padre
o madre que tendrá mi misma edad, o incluso menos. Es ley de vida, lo sé, pero
sigue sin gustarme. Inocentes sinsabores cotidianos aparte, el que te llamen señor tiene sus ventajas. Una de ellas,
el haber tenido la oportunidad de ver en pantalla grande aquellas películas de
aventuras de los años ochenta que, hoy, ya son clásicos del cine. Porque los de
mi generación pudimos disfrutar, primero con nuestros padres y más tarde con nuestros
amigos, de una década de cine que marcó un hito y que, en lo artístico, destacó
por su creatividad e imaginación desbordantes.
Me
recuerdo en la sala de cine viendo embobado “En busca del arca perdida” en su
estreno, con mi madre en la butaca de al lado tapándose los ojos cada dos por
tres porque, al igual que le ocurría a Indiana Jones, las serpientes le dan un
asco visceral y, literalmente, no puede verlas ni en pintura; y en aquella
peli, si recordáis, había unas cuantas. O la saga de “Star Wars”, fascinado por
los sables láser, por ese amasijo de
chatarra que era el Halcón Milenario (pero, también, la nave más veloz de la galaxia, no se nos enfade Han Solo) y por
los imponentes caminantes imperiales. O “Regreso al futuro”, que nos hizo soñar
con los viajes en el tiempo. O “La princesa prometida” (Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir).
O “Los gremlins”, el regalo de Navidad que siempre hubiera querido tener, a
pesar de aquellas absurdas reglas. O “Arma letal”, finalizada la cual me imaginaba
corriendo por las calles de Los Ángeles detrás de proxenetas y narcotraficantes
en plan Mel Gibson, y no por la calle Uría de Oviedo detrás del autobús, que se
nos iba, porque era de noche y el siguiente tardaría sus buenos treinta minutos
en llegar. Y tantas otras.
Arqueología: una cartelera de cine de los 80 en Oviedo. |
Eran otros
tiempos, con una menor oferta de formatos audiovisuales y más cines, muchos
más, como muestra esta cartelera de Oviedo que publicaba una revista de la
época, cines hoy todos ellos desaparecidos (sobreviven el Teatro Campoamor y el
Teatro Filarmónica, pero ninguno de los dos proyecta cine habitualmente) a
causa de la influencia de diferentes factores que han sido debatidos en alguna
ocasión en este mismo blog, debate que, a buen seguro, continuará. Entristece
pensar que, en Oviedo, tan sólo quedan unas pocas salas en un centro comercial.
Estaréis
conmigo en que una de las películas icónicas de los ochenta fue, sin duda, “Los
Goonies”, que nos cuenta el asombroso viaje lleno de trampas y peligros al que
se enfrenta un grupo de chicos en busca del tesoro perdido del pirata Willy el Tuerto, cuyo descubrimiento
podría evitar que el barrio donde viven sea derruido para construir un campo de
golf.
El cartel de la peli. Todo un icono ochentero. |
Aprovechando
que hace unos días los cines Kinépolis Madrid proyectaban la película, a Ana y
a mí nos faltó tiempo para volver a verla y, de paso, meternos un buen chute de
nostalgia. Y se nos ocurrió que podríamos llevar a cabo un interesante experimento.
La víctima: Irene. Sobrina de Ana. 9
años. Le gusta “Violetta” y es fan de los One
Direction. Por alguna oscura razón flipa con “La que se avecina” y, por suerte,
también con las pelis de Pixar. El objetivo: comprobar cómo reaccionaría una
niña de hoy en día, acostumbrada a los contenidos audiovisuales modernos, ante
una película de hace casi treinta años, con un lenguaje cinematográfico, una
calidad de imagen y un ritmo diferentes. Total, que le propusimos ir al cine
con nosotros, y aceptó. ¿”Los Goonies”?
¿Esa cuál es?, preguntó. Una de
aventuras, muy divertida, pero tiene algunos añitos, le dijimos. A pesar de
no tener ni idea de con qué se iba a encontrar, se lanzó al vacío.
Esas entraditas que guardaremos como oro en paño. |
Entramos
al cine (ni un pobre cartel, ni un mísero póster por ningún lado que anunciara
la película), sala 2, nos acomodamos en las butacas 10, 11 y 12. Sala enorme,
un pantallazo delante de nosotros que ocupa casi todo el frente. Irene se
sienta entre nosotros dos. Es la primera sesión de un sábado de puente por la
tarde y en la sala hay unas cuarenta personas, la mayoría padres treintañeros y
cuarentones con sus hijos pequeños, más algunos espectadores solos o en pareja.
Las luces se apagan, comienza la proyección y, por un momento, pienso que en aquella
oscuridad absoluta que nos envolvió por unos metros entre la puerta de acceso a
la sala y el especio de butacas hemos viajado en el tiempo porque ¡oh,
sorpresa! la peli se proyecta en 35
mm y quedo hipnotizado por esa imagen entrañablemente
imperfecta. Me siento rejuvenecer. Nos miro y lo que veo es a tres niños en las
butacas.
Los Goonies embobados con el mapa de un tesoro escondido. ¿Quién de vosotros no ha soñado alguna vez tener uno delante? |
La peli es
aún mejor de lo que recordaba. Ana y yo disfrutamos de nuevo con esa trepidante
historia de aventuras, con esos diálogos chispeantes, con esas interpretaciones
tan frescas porque, eso lo sabía ya, una de las máximas del director, Richard
Donner, durante el rodaje fue que los jóvenes actores improvisaran mucho; tanto
que, de hecho, el descubrimiento del barco pirata para los protagonistas
también lo fue para los actores: no lo habían visto hasta el mismo rodaje de la
escena, de forma que sus reacciones cuando se giran en el lago subterráneo y lo
ven por primera vez son las auténticas de los chicos. Un barco pirata a escala
real. Imaginaros.
Cuevas, trampas, un barco pirata, un tesoro oculto, malos a los que enfrentarse y Spielberg de por medio. ¿Cómo no iba a gustarnos Los Goonies? |
Pero
ciñámonos al experimento. Podemos concluir que el resultado fue un éxito. A
Irene le entusiasmaron las aventuras de “Los Goonies”. Durante la proyección en
varias ocasiones le preguntamos si le estaba gustando, y en todas asentía,
muda, sin quitar la vista de la pantalla, salvo una vez, en que nos dijo, sin
mirarnos, me encanta, nunca sabes lo que
va a pasar... Por el rabillo del ojo la veíamos concentrada en la peli, boquiabierta
según se sucedían sorpresas una tras otra, riéndose con los golpes de humor o,
directamente, partiéndose la caja, como nosotros, en la escena del
interrogatorio que Gordi sufre a manos de la familia Fratelli al completo.
El interrogatorio que Gordi sufre a manos de la familia Fratelli al completo es, sin duda, una de las escenas más divertidas de la peli. |
Reconocemos
que este experimento dista mucho de ser científico. Y que, sí, en cierto modo
estaba amañado porque sabíamos de antemano casi al cien por cien cuál sería la
conclusión. Sabíamos que Irene se divertiría con esta peli, igual que lo
hicimos nosotros en su día, igual que todas las generaciones hemos vibrado con
“La isla del tesoro”, con “20.000 leguas de viaje submarino”, y con tantas buenas
historias de aventuras, fuera cual fuera el soporte donde las hubiéramos leído,
visto o escuchado. Porque la ilusión, los sueños, la pasión por la aventura, la
fantasía, la imaginación, no tienen épocas.
Pero, ¿qué
mejor excusa que ésta para ir a ver “Los Goonies” al cine?
Una peli buena siempre será buena. Y ésa es la prueba.
ResponderEliminarSi le ponéis los Gremlins ya sabéis lo que le va a pedir a los Reyes, jurando y perjurando que no les dará de comer después de medianoche ;)
... pero pensando secretamente en darles de comer después de medianoche .
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