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miércoles, 13 de noviembre de 2013

AMIGOS DE COCINA PARADISO: EXPERIMENTO GOONIES

Ya conocéis por el post de LE GRAND COLBERT: CUANDO MENOS TE LO ESPERAS a nuestros amigos Carba y Ana. Pues hace poco hicieron un fantástico experimento y estamos encantados de que lo compartan con nosotros, ya tuvimos una experiencia de este estilo al ir con nuestras sobrinas al cine en el post EL EFECTO NUNCA JAMÁS. Sin más dilación os dejo con EL EXPERIMENTO GOONIES:



A uno los niños ya le llaman señor por la calle y, lo confieso, según me pille el día me acuerdo del padre o de la madre del niño o niña en cuestión (las criaturas no tienen culpa, como suele decirse), padre o madre que tendrá mi misma edad, o incluso menos. Es ley de vida, lo sé, pero sigue sin gustarme. Inocentes sinsabores cotidianos aparte, el que te llamen señor tiene sus ventajas. Una de ellas, el haber tenido la oportunidad de ver en pantalla grande aquellas películas de aventuras de los años ochenta que, hoy, ya son clásicos del cine. Porque los de mi generación pudimos disfrutar, primero con nuestros padres y más tarde con nuestros amigos, de una década de cine que marcó un hito y que, en lo artístico, destacó por su creatividad e imaginación desbordantes.
 
Me recuerdo en la sala de cine viendo embobado “En busca del arca perdida” en su estreno, con mi madre en la butaca de al lado tapándose los ojos cada dos por tres porque, al igual que le ocurría a Indiana Jones, las serpientes le dan un asco visceral y, literalmente, no puede verlas ni en pintura; y en aquella peli, si recordáis, había unas cuantas. O la saga de “Star Wars”, fascinado por los sables láser, por ese amasijo de chatarra que era el Halcón Milenario (pero, también, la nave más veloz de la galaxia, no se nos enfade Han Solo) y por los imponentes caminantes imperiales. O “Regreso al futuro”, que nos hizo soñar con los viajes en el tiempo. O “La princesa prometida” (Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir). O “Los gremlins”, el regalo de Navidad que siempre hubiera querido tener, a pesar de aquellas absurdas reglas. O “Arma letal”, finalizada la cual me imaginaba corriendo por las calles de Los Ángeles detrás de proxenetas y narcotraficantes en plan Mel Gibson, y no por la calle Uría de Oviedo detrás del autobús, que se nos iba, porque era de noche y el siguiente tardaría sus buenos treinta minutos en llegar. Y tantas otras.

Arqueología: una cartelera de cine de los 80 en Oviedo.
 
Eran otros tiempos, con una menor oferta de formatos audiovisuales y más cines, muchos más, como muestra esta cartelera de Oviedo que publicaba una revista de la época, cines hoy todos ellos desaparecidos (sobreviven el Teatro Campoamor y el Teatro Filarmónica, pero ninguno de los dos proyecta cine habitualmente) a causa de la influencia de diferentes factores que han sido debatidos en alguna ocasión en este mismo blog, debate que, a buen seguro, continuará. Entristece pensar que, en Oviedo, tan sólo quedan unas pocas salas en un centro comercial.

Estaréis conmigo en que una de las películas icónicas de los ochenta fue, sin duda, “Los Goonies”, que nos cuenta el asombroso viaje lleno de trampas y peligros al que se enfrenta un grupo de chicos en busca del tesoro perdido del pirata Willy el Tuerto, cuyo descubrimiento podría evitar que el barrio donde viven sea derruido para construir un campo de golf.

El cartel de la peli. Todo un icono ochentero.

Aprovechando que hace unos días los cines Kinépolis Madrid proyectaban la película, a Ana y a mí nos faltó tiempo para volver a verla y, de paso, meternos un buen chute de nostalgia. Y se nos ocurrió que podríamos llevar a cabo un interesante experimento. La víctima: Irene. Sobrina de Ana. 9 años. Le gusta “Violetta” y es fan de los One Direction. Por alguna oscura razón flipa con “La que se avecina” y, por suerte, también con las pelis de Pixar. El objetivo: comprobar cómo reaccionaría una niña de hoy en día, acostumbrada a los contenidos audiovisuales modernos, ante una película de hace casi treinta años, con un lenguaje cinematográfico, una calidad de imagen y un ritmo diferentes. Total, que le propusimos ir al cine con nosotros, y aceptó. ¿”Los Goonies”? ¿Esa cuál es?, preguntó. Una de aventuras, muy divertida, pero tiene algunos añitos, le dijimos. A pesar de no tener ni idea de con qué se iba a encontrar, se lanzó al vacío.
 
Esas entraditas que guardaremos como oro en paño.

Entramos al cine (ni un pobre cartel, ni un mísero póster por ningún lado que anunciara la película), sala 2, nos acomodamos en las butacas 10, 11 y 12. Sala enorme, un pantallazo delante de nosotros que ocupa casi todo el frente. Irene se sienta entre nosotros dos. Es la primera sesión de un sábado de puente por la tarde y en la sala hay unas cuarenta personas, la mayoría padres treintañeros y cuarentones con sus hijos pequeños, más algunos espectadores solos o en pareja. Las luces se apagan, comienza la proyección y, por un momento, pienso que en aquella oscuridad absoluta que nos envolvió por unos metros entre la puerta de acceso a la sala y el especio de butacas hemos viajado en el tiempo porque ¡oh, sorpresa! la peli se proyecta en 35 mm y quedo hipnotizado por esa imagen entrañablemente imperfecta. Me siento rejuvenecer. Nos miro y lo que veo es a tres niños en las butacas.

Los Goonies embobados con el mapa de un tesoro escondido. ¿Quién de vosotros no ha soñado alguna vez tener uno delante?
 
La peli es aún mejor de lo que recordaba. Ana y yo disfrutamos de nuevo con esa trepidante historia de aventuras, con esos diálogos chispeantes, con esas interpretaciones tan frescas porque, eso lo sabía ya, una de las máximas del director, Richard Donner, durante el rodaje fue que los jóvenes actores improvisaran mucho; tanto que, de hecho, el descubrimiento del barco pirata para los protagonistas también lo fue para los actores: no lo habían visto hasta el mismo rodaje de la escena, de forma que sus reacciones cuando se giran en el lago subterráneo y lo ven por primera vez son las auténticas de los chicos. Un barco pirata a escala real. Imaginaros.


Cuevas, trampas, un barco pirata, un tesoro oculto, malos a los que enfrentarse y Spielberg de por medio. ¿Cómo no iba a gustarnos Los Goonies?


Pero ciñámonos al experimento. Podemos concluir que el resultado fue un éxito. A Irene le entusiasmaron las aventuras de “Los Goonies”. Durante la proyección en varias ocasiones le preguntamos si le estaba gustando, y en todas asentía, muda, sin quitar la vista de la pantalla, salvo una vez, en que nos dijo, sin mirarnos, me encanta, nunca sabes lo que va a pasar... Por el rabillo del ojo la veíamos concentrada en la peli, boquiabierta según se sucedían sorpresas una tras otra, riéndose con los golpes de humor o, directamente, partiéndose la caja, como nosotros, en la escena del interrogatorio que Gordi sufre a manos de la familia Fratelli al completo.

El interrogatorio que Gordi sufre a manos de la familia Fratelli al completo es, sin duda, una de las escenas más divertidas de la peli.
 
Reconocemos que este experimento dista mucho de ser científico. Y que, sí, en cierto modo estaba amañado porque sabíamos de antemano casi al cien por cien cuál sería la conclusión. Sabíamos que Irene se divertiría con esta peli, igual que lo hicimos nosotros en su día, igual que todas las generaciones hemos vibrado con “La isla del tesoro”, con “20.000 leguas de viaje submarino”, y con tantas buenas historias de aventuras, fuera cual fuera el soporte donde las hubiéramos leído, visto o escuchado. Porque la ilusión, los sueños, la pasión por la aventura, la fantasía, la imaginación, no tienen épocas.

Pero, ¿qué mejor excusa que ésta para ir a ver “Los Goonies” al cine?

2 comentarios:

  1. Una peli buena siempre será buena. Y ésa es la prueba.

    Si le ponéis los Gremlins ya sabéis lo que le va a pedir a los Reyes, jurando y perjurando que no les dará de comer después de medianoche ;)

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    Respuestas
    1. ... pero pensando secretamente en darles de comer después de medianoche .

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