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sábado, 25 de octubre de 2014

EN EL CRITERION, EL RESTAURANTE DEL CABALLERO OSCURO

Estábamos en Londres. Vacaciones, carpe diem y todo eso. Seis días agotadores, de mucho patear, gastando suela en esa ciudad única. Ana ya la conocía, pero para mí era la primera vez. Me cautivó ese rollo de urbe muy a su aire, diferente a las demás, con sus propias reglas para ciertas cosas. Con gente de todo tipo y pelaje, desde la antipática que no quiere hacerte una foto hasta el majete que se esfuerza por ayudarte porque ve que no le estás entendiendo, eso sí, con educación, que no falte, hasta cuando te dan por saco, siempre con un I´m sorry o un Thank you presente en sus frases. Donde pasaríais desapercibidos aunque llevarais un tanga por encima de los pantalones con la foto de Rappel a todo color.

Era domingo y tras la caminata de costumbre se acercaba la hora de la cena. Por un día teníamos pensado aparcar los sándwiches, los fish and chips y los italianos por una opción culinaria más cinéfila. Tras una breve visita al hotel, cogimos un autobús que nos llevó a través del caos aparente -sólo aparente- del centro hasta Charing Cross Road. No muy lejos a pie se encontraba el restaurante que buscábamos: el Criterion. Queríamos homenajear, a nuestro modo, a un personaje que este año ha cumplido 75 años hecho un chaval: Batman.

El Criterion aparece en una de las escenas de El Caballero Oscuro, además de en otras películas como Un buen año, protagonizada por Russell Crowe, o series como Downton Abbey.
 
Porque, enclavado justo al lado de la boca de metro de Picadilly Circus, en pleno bullicio del West End londinense, el Criterion sirvió de localización para una de las escenas de El Caballero Oscuro, el segundo acto de la excelente trilogía que sobre Batman realizó Christopher Nolan y para algunos, entre los que me encuentro, la mejor película de superhéroes rodada hasta la fecha. Si recordáis, Harvey Dent, futuro Dos Caras, y Rachel Dawes coinciden en un restaurante chic de la muerte con Bruce Wayne y su nueva conquista y mantienen una interesante conversación sobre el papel del hombre murciélago en Gotham, salpimentada con un diálogo -Juntemos dos mesas, propone Wayne; No creo que nos dejen, replica Dent; Deberían: soy el dueño, sentencia Wayne- breve pero revelador, de escuela de guionistas, que define a los personajes en apenas tres frases cruzadas.
 

La escena tiene su importancia porque al término de la conversación Bruce Wayne queda persuadido de que Harvey Dent puede ser la verdadera solución para los problemas de Gotham.

Llegamos a eso de las nueve menos cuarto de la noche y empujamos la puerta giratoria que da acceso al restaurante. Una vez dentro, salvada la hoja de la puerta que continuaba su giro hacia la izquierda, nos encontramos con un local enorme (su gran altura le hace parecer aún mayor), espectacular con sus columnas y suelos de mármol, espejos en las paredes y los mosaicos dorados que recubrían sus techos, bajo los cuales se dice que Sir Arthur Conan Doyle imaginó el primer encuentro entre Sherlock Holmes y su inseparable doctor Watson. Digerida la primera impresión, la recepcionista vino a nuestro encuentro y, tras confirmar que teníamos reserva a nombre de Ana, nos acompañó a la mesa a través de un comedor de ambiente selecto y elegante, pero acogedor, a lo que contribuía una iluminación cálida, casi a media luz.
 

De camino a la mesa pudimos fijamos en la decoración clásica y cuidada, como de otra época: no en vano presumen de llevar allí desde 1874. ¡Ahí es nada!

Confieso que nos vimos en ciertos apuros a la hora de pedir el menú. Nuestro inglés es malo. Tirando a pésimo. Por eso, de lo que nos dijo de primeras la camarera (se llamaba Florianne, según rezaba una plaquita en su chaleco) apenas entendimos si queríamos agua con gas o sin gas. Still water, please. Do you speak spanish? Ni papa. Azorada, la pobre fue a por el agua y al volver nos trajo una sorpresa bajo el brazo. O, mejor dicho, tras ella. Y es que el barman del restaurante era un aragonés de Zaragoza más majo que las pesetas, de nombre Antonio, que se brindó a hacernos de intérprete.
 

La ayuda de Antonio y la amabilidad de Florianne fueron claves para que la velada resultara redonda.

Superado el atolladero del idioma, para abrir boca pedimos paté de jamón y pollo con mermelada de grosella, picatostes y berro, y una deliciosa mozzarella de búfala con tomatehinojo, pepino y pesto. De segundo le hincamos el diente a un confit de ave con puré de patatas, guisantes y remolacha, y a una pasta linguini casera con guisantes, habas, calabacín, aceitunas, chile y menta. Para beber elegimos Italia, un Pinot Grigio a recomendación de Antonio (¿Importa el precio?, nos preguntó. ¡¡¡Sí!!!, contestamos a dúo); buen vino a precio razonable o, al menos, lo que se entiende por razonable en Londres. Para cerrar, tarta de chocolate negro con cerezas y sorbete de yogur. Tras los postres, unos petit fours dulces, obsequio de la casa. Y entre medias, un servicio muy atento, pendiente de nosotros pero sin resultar pesado, sirviéndonos el vino en los momentos precisos.
 

Aparte la exquisita presentación, la comida estaba deliciosa. ¡No dejamos ni una miga en el plato!


Florianne dejó a un lado su sobriedad profesional por un instante y se soltó el pelo a la hora de la cuenta. Le hice una seña con la mano para pedirle the bill, please. Asintió con la cabeza y antes de darse la vuelta para ir a la caja nos soltó, en un casi perfecto español, ¡Ah, sí! La cuenta, pour favour... Me dejó parado, aún con la mano en el aire y una sonrisa cómplice. ¡Mira qué bien sabes éso!, le dije con la mirada, sin palabras. Risas y luego una breve sobremesa, tembleque en la tarjeta (el sitio no es barato, pero sabíamos a dónde íbamos), algunas fotos y una agradable charla con Antonio aprovechando el ambiente relajado del domingo por la noche -al parecer, el turno más tranquilo de la semana- en la que nos contó su walk of life in London.
 
¿No os parece que la iluminación cálida, casi a media luz, del Criterion le proporciona un toque romántico? 

Nos despedimos del personal antes de salir de nuevo a Picadilly Circus. Desanduvimos lo andado y mientras paseábamos miré al cielo. Por un momento imaginé que veía la batseñal. Sólo por un momento. Era la Luna lo que veía -nos tocó buen tiempo y el cielo estaba despejado-, con esas sombras caprichosas en su superficie que a veces se vuelven confusas. Mientras entraba con Ana a un pub de fachada exquisitamente adornada se me ocurrió que si algún día volvemos al Criterion (quién sabe...) tengo que pedir que nos junten dos mesas. Así, a lo Bruce Wayne. Por dar un poco la nota, por orgullo friki.

Nos íbamos de cervezas por los alrededores de Charing Cross Road, muy cerca de Chinatown, en plan parejita, integrándonos en el ambientazo que palpitaba a aquellas horas en el centro de la ciudad. La próxima vez, pensé. Sí, la próxima.

¡Saludos culinocinéfilos!




1 comentario:

  1. Vi el post cuando lo publicasteis hace ya casi 3 años y no me puedo creer que no os dijera nada!!

    Fue un placer enorme ayudaros. Cuando tienes clientes tan agradables siempre es más fácil ��

    Si volvéis a Londres no os olvidéis de avisarme.

    Un abrazo
    Antonio

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