Buscar este blog

lunes, 13 de octubre de 2014

LA ISLA MINIMA: CINE NEGRO DE MAXIMA CALIDAD

El viernes pasado fue un día duro en el trabajo. Un día de mierda, triste, que puso fin a una semana laboral complicada y decepcionante. Por eso, cuando llegué a casa por la tarde, a eso de las siete, le propuse a Ana uno de esos planes de cena y cine que tanto nos gustan en Cocina Paradiso. Tenía que desconectar del mundo. Así que hora y media más tarde, desafiando a la lluvia que caía en Madrid, cogimos el coche, fuimos a cenar a un Tommy Mel´s y después vimos una peli a la que le teníamos ganas, La isla mínima. Placeres baratos, sí, pero placeres al fin y al cabo. A veces son los mejores.

Acertamos porque fue un placer ver La isla mínima, la verdad. Y una desconexión absoluta, porque me atrapó sin remedio.

El cartel de la peli muestra a la perfección el tono de la historia. En él destacan las marismas, que se convierten en un personaje más de la historia.

Dos policías de ideologías y caracteres opuestos son expedientados y castigados a desplazarse desde Madrid hasta un remoto pueblo de las marismas del Guadalquivir para investigar la desaparición de dos chicas adolescentes. Corre el año 1980 y allí se toparán con una comunidad anclada en el pasado y en el miedo, donde un asesino contará con la protección de un autoimpuesto pacto de silencio que atenaza a los habitantes del lugar.

Con estos mimbres Alberto Rodríguez teje un maravilloso ejercicio de cine negro, gran cine negro made in Spain, y nos brinda una historia de ritmo pausado que destila tensión a fuego lento en el patio de butacas sobre la base de un guión espléndido en el que colabora con Rafael Cobos y que no deja nada al azar, o casi nada, porque sí es cierto que alguna de las subtramas cojea a la hora de su resolución o, directamente, se deja sin cerrar: lapsus nimios. Contribuyen a redondear el producto la contenida música de Julio de la Rosa y, sobre todo, la magnífica fotografía de Alex Catalán (premio del jurado a la mejor fotografía en el último festival de cine de San Sebastián), que endurece los escenarios con el uso de colores crudos y apagados, transportándonos de este modo a una época en que aún muchas televisiones eran en blanco y negro. Embobados quedamos, de propina, con unos espectaculares planos cenitales usados como una suerte de finales de capítulo, como si de una miniserie se tratara.

Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo en los que para ambos puede que sean los papeles de sus vidas hasta la fecha.

A nivel actoral es de agradecer el esfuerzo de los dos protagonistas principales, Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez (éste último concha de plata al mejor actor en el Festival de cine de San Sebastián), que en esta ocasión se alejan de la comedia y pelean con brío para dar lustre a sus interpretaciones, cumpliendo con los matices de sus personajes. En cuanto al resto del reparto hay de todo, destacando por encima del resto una inspirada Nerea Barros que borda a la desesperanzada madre de las jóvenes. Nos quedamos con ganas, eso sí, de disfrutar durante más minutos de Antonio de la Torre, creemos que desaprovechado como secundario en un papel que quizá pudiera haber dado más juego.

En un tenso final escrito con lluvia, casi podemos decir que Alberto Rodríguez emula al mejor Fincher de Seven.

Una historia mil veces vista, la de dos policías antagónicos (en este caso representantes de las dos Españas, la de la opresión cuyo ciclo parecía acabar frente a la de la esperanza que comenzaba a salir a flote) obligados a entenderse para resolver un caso, pero contada de modo magistral. Algunos momentazos rebosan genialidad, como esa estremecedora persecución nocturna en coche por los caminos tenebrosos de las marismas, demostrando que no hace falta gastarse una millonada para rodar una persecución que nos deje pegados a la butaca. Y, para acabar, un The End amargo que requiere de toda vuestra atención, que sugiere más que muestra, que nos habla de tiempos oscuros en que la justicia era diferente para los ricos y para los pobres. Retazos de un pasado no demasiado lejano.

O de un presente, quizá, que se obstina en quedarse.

¡Saludos culinocinéfilos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario