Buscar este blog

sábado, 16 de agosto de 2014

LAS "SIETE PUERTAS" PARA PERDERSE EN LLANES

A principios de julio estuvimos unos días en la tierrina disfrutando de parte de nuestras vacaciones. Aprovechando el buen tiempo (¡¡¡bravo!!!) decidimos hacer una ruta de playas y visitamos algunas de las más singulares de la región, entre ellas Gulpiyuri, Cuevas del Mar y Poo, tres bellezas naturales enmarcadas en el oriente de Asturias. Dado que nos encontrábamos a pocos kilómetros de Llanes, en nuestro sentido cinéfilo saltaron todas las alarmas y no pudimos resistir la tentación de acercarnos hasta cierto lugar situado a las afueras, en la salida este de la villa en dirección a Santander: el caserón donde se rodaron gran parte de los exteriores de El orfanato. Aunque en su origen fue bautizado como Villa Parres, los llaniscos lo conocen como el palacio de Partarríu porque la gran finca que lo delimita terminaba a orillas del río Carrocedo. A modo de curiosidad deciros que la casona encierra una tragedia real: como si se tratara de una maldición, su dueño murió en 1899, tan solo un año después de que hubiera finalizado su construcción, sin apenas tiempo para haber disfrutado de ella. Por lo que sabemos, hoy se encuentra abandonada y cerrada al público.

Con la caravana, las vacas y los edificios de alrededor, el caserón de El orfanato da bastante menos miedo que en la peli, ¿verdad?

Ya que estábamos, hubiera sido imperdonable no comer en Llanes. Para no errar el tiro pedimos consejo a Carmen, gran amiga, seguidora del blog y conocedora de la zona (por cierto, si buscáis alojamiento por el oriente de Asturias no dejéis de visitar el hotel rural El Torrejón (http://www.hotelruraleltorrejon.com), que ella misma regenta en Arenas de Cabrales: trato exquisito en un entorno para recordar).

Al grano: Carmen nos recomendó el restaurante Siete Puertas, enclavado en pleno centro de Llanes, haciendo esquina en el número 7 de Manuel Cué, una calleja que va a dar al puerto. Que el afecto que nos profesa Carmen es grande es un hecho, porque resultó ser una recomendación de lujo, como a la postre pudimos comprobar.

Casi escondido en el eje del bullicio llanisco, el Siete Puertas aporta un aire vanguardista a la gastronomía de la zona.

De primeras puede chocaros si no vais sobre aviso. Rodeado de multitud de sidrerías, bares y restaurantes con el estilo tradicional que podéis encontrar en una villa marinera, el Siete Puertas (cuyo nombre proviene, al parecer, de los siete huecos con que cuenta el establecimiento) destaca por su aspecto de local de alta cocina. Que, de hecho, lo es. De entrada, al cruzar la puerta os toparéis con una mesa a modo de expositor repleta de variados postres caseros cuya pinta hará que comencéis a salivar: una sutil maniobra para que no deis marcha atrás y llevaros a la perdición. El establecimiento tiene dos partes bien diferenciadas: el salón interior, donde prediminan los colores oscuros, alumbrado por una luz tenue (pero no escasa) que le confiere un aire elegante, muy apropiado para una velada romántica, y una terraza cubierta, mucho más luminosa, que se expande ocupando parte de la plaza colindante. Se atreven con una cocina a la vista, toda una declaración de intenciones y prueba de que podemos depositar nuestra confianza en el personal que trabaja en ella.

Las mesas son amplias, con espacio suficiente para comer a gusto, sin agobios, lejos de las estrecheces de esos locales de tres al cuarto (¡seguro que habéis estado en alguno!) que aprovechan al máximo cada metro cuadrado hasta el extremo de que los camareros se ven obligados a ejecutar hábiles cabriolas para librar los obstáculos (o sea, a nosotros) y de provocar entre comensales de mesas contiguas cruentas guerras de codos, comparables a las libradas por esos armarios de dos por dos bajo las canastas en la NBA. Manteles y servilletas de tela, vajilla y cubertería elegidas con gusto y una limpieza esmerada redondean el encanto con que os encontraréis.

El salón y la terraza conforman dos ambientes bien diferenciados en el local.

Sin desmerecer a la competencia, el Siete Puertas ofrece platos más elaborados y una presentación más cuidada que la media por obra y gracia de su jefe de cocina, el restaurador vasco Mario Lázaro. Aparte de la carta, disponen de tres menús de distintos precios, desde 12,50 euros el más económico hasta 30 euros el más caro, pasando por el intermedio de 22 euros. Nosotros probamos los menús de 12,50 y de 22 euros. A destacar en el primero de ellos (¡con catorce primeros platos y otros tantos de segundos a elegir!) las croquetas de boletus Edulis, unas simples pero sabrosas rabas de calamar, el lomo de cerdo con block de foie al Pedro Ximénez y, sobre todo, un exquisito volován relleno de setas y suprema de tomate a la pimienta; eso de lo que probamos, porque las navajas frescas a la bilbaína con almejas o el rabo de toro al vino rojo y vermouth rojo tenían una pinta que quitaba el hipo, aunque su degustación habrá de esperar a otra ocasión. Del segundo de los menús nos quedamos con el salmón marinado "por Nosotros" (delicioso y casero cien por cien), los langostinos ciegos crujientes (langostinos sin cabeza envueltos en un sabroso crujiente de hojaldre) y la merluza de pintxo a la sidra, la merluza mejor cocinada que hemos comido en mucho tiempo. El menú de 30 euros no lo catamos, pero hablan maravillas de su arroz con bogavante. Por si fuera poco, como entrante en cualquiera de los tres menús os servirán, cortesía de la casa, un paté de cabracho o de merluza, según el día, acompañado de cebolla caramelizada.

Para terminar podréis elegir alguno de los postres caseros expuestos en la entrada, unos u otros en función del menú por el que os hayáis decidido. Quien escribe estas líneas se quedó prendado de una exquisita tarta de chocolate con baileys que puso punto final a una experiencia culinaria de primer nivel. Por cierto, aun a riesgo de ser osados, queremos lanzar un órdago a Mario. Y es que al repertorio de postres le falta un detalle para la perfección. El primer día que estuvimos preguntamos si había arroz con leche, pero lamentablemente no figura en la carta. No fuimos los únicos, porque observamos cómo otras dos mesas más lo pedían y se llevaban la misma decepción que nosotros. Mario, sabemos que es muy complicado. Pero, ¿y si...? Nosotros lo dejamos caer.

El Siete Puertas ofrece alta cocina para todos los bolsillos. Tranquilos: no acabaréis como si no hubiérais comido ni tendréis que ir luego a un McDonalds.

Eso sí, el menú de 12,50 euros tiene sus limitaciones. Pocas, pero las tiene. Es el único de los tres que no admite reserva de mesa, por lo que conviene ir pronto si no queréis llegar con el local lleno y tener que cambiar de planes o, en su defecto, esperar por una mesa. Este último fue nuestro caso un día, y la gestión de la espera fue impecable: nos fuimos a dar una vuelta y poco antes de la hora que nos habían aproximado nos llamaron por teléfono para confirmarnos que ya teníamos mesa disponible. Por otra parte, el vino tinto que acompaña a este menu, un vino gallego, es flojete. Pero bueno, por este precio tampoco nos vamos a llevar las manos a la cabeza, ¿no?

Pero si la comida es exquisita, no lo es menos el servicio de los camareros, que os arroparán desde el mismo momento en que crucéis la puerta. Que no os engañe su atuendo de camarero estirado: son profesionales jóvenes, amables, simpáticos a rabiar, con una sutil habilidad para estar siempre pendientes de vosotros pero sin resultar pesados. Incluso en los momentos en que hay lleno hasta la bandera os aconsejan, os recomiendan, os explican, bromean, se hacen querer. Un 12 sobre 10, sin duda.

El espectáculo que os espera nada más entrar al restaurante. En el Siete Puertas no entienden de argucias subliminales para retener a la clientela, no.

Y otro detalle, uno más, que a Cocina Paradiso nos ha encantado: aceptan perros, incluso en el salón si son pequeños, siempre dentro de las más elementales normas de civismo.

En definitiva, una refrescante combinación de cocina innovadora y tradicional para todos los bolsillos y con un servicio inmejorable. Un valor seguro si vais por Llanes.

¡Saludos culinocinéfilos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario